Estiramientos
Viene de un tácito acuerdo de no joder. Era simple y tácito, que más se puede decir. Salvo que esta clase de acuerdos nunca se cumplen. Parece que estamos tan acondicionados a la decrépita burocrácia, que cuando algo se antoja simple, pues mejor lo saltamos.
Y ahí tienes antonces que dar la vuelta alrededor de la canasta de panes nunca fue tan complicado, saber que invariablemente, de entre las conchas y los pellizcos asomarías la jeta. Allá atrás el radio nos atormentaba a todos por milésima vez con la del moño colorado y yo sin querer nada más que estar de espaldas en el pajár y sobre todo lejos de la harina y el azúcar y los pinches huevos.
Las cosas solían ser agradables. Levantarse, el agua rápida al rostro, las cosas que se pone uno encima y ya era luego la panadería, los chistes, la radio, las manos apresuradas, la masa, las risas. Entonces no habías llegado tú y yo pasaba mis tardes en el pajár, dejando correr las horas hasta que se asomaban las estrellas, hasta que la luna se ponía en lo más alto, luego una somnolencia alegre me empujaba a la cama, donde el día llegaba después sin remordimientos ni pesares.
Yo creo que eso era la felicidad.
Después tú complicaste todo, dejaste tu saliva en todos mis estrellas, dejaste lo simple encerrado en el pajár, a donde no volví nunca, era frío decías y feo. Me llenaste la cabeza de ideas, me dijiste del mundo, de paises donde había gente con varios carros y hasta barcos, de lugares construidos hace mucho, de telescopios que deveras veían las estrellas, de estatuas de piedra blanca, de palacios y mares. Ya ahora no sé que quiero. Antes tampoco, pero por lo menos pensaba que era mucho lo que tenía. Antes que yo pudiera asimilar que era un Mercedes Benz, me dijiste que había sido suficiente, que te cansaba mi mediocridad y que además tenía la boca muy chica. Yo no dije mucho, pero si me sentí aturdido y me senté muchas horas a pensar, ya no sé ni que.
Aún con eso, seguiste en la panadería, no sé porque no pude pedirte que te fueras y lo debí de haber hecho inmediatamente después del primer muerto.
Doña Chío, tan gordita como está, llegó corriendo para avisarnos que el Lepe, de la cenaduría, se había muerto, así nomás, después de su vaso de leche con cema de nata, y que la señora quería hablar conmigo. Hasta la mañana siguiente, después del desayuno vino la viuda. Estaba cansada y algo molesta, pero no tan triste como se espera en estos caso, parece que el Lepe ya le había dejado de causar cualquier impresión vivo, no se diga muerto. Pero si me detalló con gestos y todo sus últimos 25 segundos, y esto lo hizo creo yo, un poco sobreactuado y con cierto placer.
Después de servirse el vaso de leche y vociferar para que le arrimaran la cema, el Lepe se sentó y justo tras la primer mordida, apenas a medio masticar, comenzó a temblar, de abajo para arriba, hasta que el temblor le llegó a las manos y comenzaron a esparcirse pedazos de cema de manera intermitente en la mesa y en el suelo, después el Lepe se paró de un salto y aventó el equipal hasta la alacena, la viuda dice que movia una patita como conejo, rápido pués, y se empezó a ir de lado hasta que dió el costalazo y ya en el suelo empezó a echar una babaza espesa espesa y que dijo algo bajito, pero nadie lo oyó.
Como sea, parecía querer implicar algún envenenamiento con mi cema.
Antes de agitarme yo de más, le recordé por cuantos años había yo proveído el pan a esta ranchería, y por cuantos años más lo habían hecho mis padres antes que yo, y como nunca jamás nadie se había enfermado siquiera, ni siquiera con las empanadas de crema, que a veces ya estaba media pasadita. Y le pedí que reflexionara bien lo que me quería decir, salvo riesgo de ofenderme profundamente. La viuda se quedó callada, se subió el rebozo, se disculpó y se fué.
Sentí un alivio que fue seguido por un escalofrío.
¿Y si era cierto? Entonces decidí seguirte y ver como hacias el pan.
Y ahí tienes antonces que dar la vuelta alrededor de la canasta de panes nunca fue tan complicado, saber que invariablemente, de entre las conchas y los pellizcos asomarías la jeta. Allá atrás el radio nos atormentaba a todos por milésima vez con la del moño colorado y yo sin querer nada más que estar de espaldas en el pajár y sobre todo lejos de la harina y el azúcar y los pinches huevos.
Las cosas solían ser agradables. Levantarse, el agua rápida al rostro, las cosas que se pone uno encima y ya era luego la panadería, los chistes, la radio, las manos apresuradas, la masa, las risas. Entonces no habías llegado tú y yo pasaba mis tardes en el pajár, dejando correr las horas hasta que se asomaban las estrellas, hasta que la luna se ponía en lo más alto, luego una somnolencia alegre me empujaba a la cama, donde el día llegaba después sin remordimientos ni pesares.
Yo creo que eso era la felicidad.
Después tú complicaste todo, dejaste tu saliva en todos mis estrellas, dejaste lo simple encerrado en el pajár, a donde no volví nunca, era frío decías y feo. Me llenaste la cabeza de ideas, me dijiste del mundo, de paises donde había gente con varios carros y hasta barcos, de lugares construidos hace mucho, de telescopios que deveras veían las estrellas, de estatuas de piedra blanca, de palacios y mares. Ya ahora no sé que quiero. Antes tampoco, pero por lo menos pensaba que era mucho lo que tenía. Antes que yo pudiera asimilar que era un Mercedes Benz, me dijiste que había sido suficiente, que te cansaba mi mediocridad y que además tenía la boca muy chica. Yo no dije mucho, pero si me sentí aturdido y me senté muchas horas a pensar, ya no sé ni que.
Aún con eso, seguiste en la panadería, no sé porque no pude pedirte que te fueras y lo debí de haber hecho inmediatamente después del primer muerto.
Doña Chío, tan gordita como está, llegó corriendo para avisarnos que el Lepe, de la cenaduría, se había muerto, así nomás, después de su vaso de leche con cema de nata, y que la señora quería hablar conmigo. Hasta la mañana siguiente, después del desayuno vino la viuda. Estaba cansada y algo molesta, pero no tan triste como se espera en estos caso, parece que el Lepe ya le había dejado de causar cualquier impresión vivo, no se diga muerto. Pero si me detalló con gestos y todo sus últimos 25 segundos, y esto lo hizo creo yo, un poco sobreactuado y con cierto placer.
Después de servirse el vaso de leche y vociferar para que le arrimaran la cema, el Lepe se sentó y justo tras la primer mordida, apenas a medio masticar, comenzó a temblar, de abajo para arriba, hasta que el temblor le llegó a las manos y comenzaron a esparcirse pedazos de cema de manera intermitente en la mesa y en el suelo, después el Lepe se paró de un salto y aventó el equipal hasta la alacena, la viuda dice que movia una patita como conejo, rápido pués, y se empezó a ir de lado hasta que dió el costalazo y ya en el suelo empezó a echar una babaza espesa espesa y que dijo algo bajito, pero nadie lo oyó.
Como sea, parecía querer implicar algún envenenamiento con mi cema.
Antes de agitarme yo de más, le recordé por cuantos años había yo proveído el pan a esta ranchería, y por cuantos años más lo habían hecho mis padres antes que yo, y como nunca jamás nadie se había enfermado siquiera, ni siquiera con las empanadas de crema, que a veces ya estaba media pasadita. Y le pedí que reflexionara bien lo que me quería decir, salvo riesgo de ofenderme profundamente. La viuda se quedó callada, se subió el rebozo, se disculpó y se fué.
Sentí un alivio que fue seguido por un escalofrío.
¿Y si era cierto? Entonces decidí seguirte y ver como hacias el pan.
Comments
Buena incursión en el cuento corto. Me gusta el final pero creo que se confunden las voces...