La cuarta ventana
Pero ya no podía volver. El camino a casa era un pretexto, con el que me gustaba confundirme. Madejar la idea, hasta quitarle el sentido, para poder dejarla. Dejarme. Desde aquella primer tarde esa sensación no había hecho otra cosa que justificarse, afianzarse, desde otros ángulos, en casi todas las perspectivas: Dejarme. Finalmente. Y hablo de sensación porque eso era. Es. Pasó otras veces y volvía siempre igual. Una sensación que sabía vestirse de pensamiento. No era una idea, no podía serlo. Una idea puede desmenuzarse, reducirse a sus principios básicos. Una idea puede romperse, negarse, condicionarse a otros factores, se puede subordinar como cualquier otra cosa, a la circunstancia. No así una sensación. ¿Como puede existir una sensación de alegría en un condenado a muerte? Es estúpido y carece de explicación. Sin embargo, esa sensación lo impulsa a dar esos últimos pasos. Donde ninguna idea lo lograría. Entonces, la sensación. Y divago, como si ganara tiempo. Tiempo q...