La cuarta ventana

Pero ya no podía volver. El camino a casa era un pretexto, con el que me gustaba confundirme. Madejar la idea, hasta quitarle el sentido, para poder dejarla.
Dejarme.
Desde aquella primer tarde esa sensación no había hecho otra cosa que justificarse, afianzarse, desde otros ángulos, en casi todas las perspectivas: Dejarme. Finalmente.
Y hablo de sensación porque eso era. Es.
Pasó otras veces y volvía siempre igual.

Una sensación que sabía vestirse de pensamiento. No era una idea, no podía serlo. Una idea puede desmenuzarse, reducirse a sus principios básicos. Una idea puede romperse, negarse, condicionarse a otros factores, se puede subordinar como cualquier otra cosa, a la circunstancia.

No así una sensación.
¿Como puede existir una sensación de alegría en un condenado a muerte? Es estúpido y carece de explicación. Sin embargo, esa sensación lo impulsa a dar esos últimos pasos. Donde ninguna idea lo lograría.

Entonces, la sensación. Y divago, como si ganara tiempo. Tiempo que ya no tengo, que en realidad nunca tuve y que quedó claro después de la imagen de "las ventanas"

"Las ventanas" es la imagen que he tenido que fabricarme para ayudarme a lidiar de alguna manera con esto que se abrió en mi comprensión, para ya no cerrarse nunca y que se ha vuelto lo más complicado que he tratado de explicar.

Pero soy alguien que narra. A mi madre le hacía gracia como podía volver todo un cuento. No por mentir sobre lo que me pasaba, sino por mi afán por narrarlo. A mis hermanos y amigos también les entretenía ese hábito mío. A mí mismo me gustaba. Cuando tenía suficiente soledad, me contaba mi día íntegro. Después a mis hijos. Mis hijos han sido siempre ávidos escuchas. Quizá por ellos tenía que encontrar nombres para esto. He sentido que un nombre era necesario para volver de esto una narración. Esto tan masivo, tan ajeno; era indispensable. Por eso "Las ventanas" abiertas ahora para siempre.

Quizá lamento que en esta historia no haya un protagonista. Ni siquiera un desarrollo adecuado y seguramente no tendrá un desenlace. Pero si hubo un principio. Eso deberá ser suficiente para comenzar a contar.

A ella la conocí por error. Amiga de un amigo y el resto de la historia con sus lugares comunes. No es muy claro como pasó entonces todo, pero ese tren de circunstancias apresuradas para volverse un pretexto, me dejaron en su presencia. El amigo bien pudo dejar de existir y solo quedó ella. La acompañé una mañana. Después una tarde y pronto pude acompañarla varias noches.

Fui feliz con ella. Podría decir que como fui feliz con otras antes, pero mentiría: Fui feliz con ella como no lo había sido con ninguna otra mujer antes. Y el primer corte en lo cotidiano fue la naturaleza tan intempestiva de esta felicidad, la sensación de haber sido inoculada, casi artificialmente, como una operación forzada. Demasiado feliz, demasiado pronto y eso era difícil de entender. Y ella misma se sorprendía y me lo declaraba abiertamente, tan imposible que en tan poco tiempo, alguien como yo, tan diferente a ella, con experiencias y circunstancias como las mías, se declarará tan fácilmente feliz. Porque felicidad parece significar plenitud y satisfacción. Y si eso significa, entonces yo era pleno y estaba perfectamente satisfecho con ella. En un solo movimiento, había encontrado la felicidad y había renunciado a la posibilidad de analizar esa felicidad.

Pero ella no. Y tomó la decisión honesta de hacérmelo saber y realizó el sencillo trámite que requería terminar con una relación tan efímera. Entendí eso, nunca he sido del todo estúpido, así a pesar de estar enamorado, me resultaba obvio, sano y bueno que ella tomará ese paso. Entendí que lo procedente era resignarme y seguir. El trabajo y la familia me distraerían y pronto estaría en pie de nuevo.

Así de pronto, algo se formó como un coágulo. Algo como un estertor de estrella y luego nada. Excepto que se había abierto una ventana que yo podía saber abierta, sin verla.

Aquí es donde tengo que detener mi hábito de narrar. Me tienta poderosamente la intención de extenderme en algo que me pareció hermoso y que me habitó de sonrisas y palabras dulces por un par de meses, pero sería caer en la trampa precisamente, aceptar el trabajo impuesto por algo que ya he podido identificar. Sería ceder ante El Detractor.

No bebo solo. Es decir, no solía hacerlo. pero estas últimas semanas eso me enfoca. De alguna manera, el alcohol me permite voltear directamente a la ventana.

De ella ya no puedo decir mucho, no por un orgullo herido, si no porque ahora sé que ella es una herramienta de El Detractor. Por supuesto que no lo es conscientemente. Ojalá alguien pudiera saber cuando es utilizado en sus procesos. Pero es imposible. Finalmente ella sirvió a un propósito, pero siempre le agradeceré que en ese resplandor fugaz que me representó, pude entrever las ventanas y a través de ellas, vislumbrar eso que ahora solo puedo nombrar como El Detractor.

Tras esa presencia, debo dejar su nombre, el mío. Y de hecho, todos los nombres que alguna vez memoricé y pronuncié. Todos y cada uno. Olvidarlos.

No hay nombres porque no hay protagonistas, porque no hay historia, porque no existen desenlaces. Y esa es la amargura: vivir la vida, jugar el juego, jugarlo bien, ser excelso en eso, que te impusieron.
Y en esto pude cavilar por años, pero entonces otra sensación, otro coágulo:
Me detuve de golpe frente al ventanal de mi apartamento, sostenía en mis manos una planta que había adquirido hace poco, y que cuidaba diligentemente. Esto tiene alguna relevancia porque jamás había tenido una planta, jamás me había interesado en tener una, pero era uno de los gustos adquiridos a raíz de la relación fallida, y cuidaba de la planta, no sé, como si simbolizara eso otro que se había extinguido. Pero en ese momento, frente al ventanal, a un par de metros, una palma alta, que adorna el jardín central del edificio, sencillamente, dejo de serlo.
Es decir, dejó de ser una palma, para ser algo más. Algo que nunca antes había sido. No para mí, ni para todos los demás que siempre la habían visto ahí, en medio del edificio. Por un segundo (pero ese segundo, no era ya mi tiempo, el número de un reloj) la palma fue, lo que realmente es (pero ser, es decir demasiado. Un número, una operación no es un ser) Y lo fue en respuesta a mi planta que ahora, mientras la sostenía entre mis manos, latía (yo jamás había querido una planta...)
Hay cosas que nunca se podrán hacer. Nunca se podrá caminar en el sol, nunca se podrá acostar nadie en una nube y jamás voy a poder explicar como mi planta y la palma interactuaron. Pero lo hicieron y soy mi único testigo. Y en esa interacción, todo fue destruido.
En otro plano, lo sé, ya no había nada que hacer.
Nada.
En ese diálogo imposible, ininteligible, se abrió otra ventana detrás del tiempo, escondida tras dos segundos de tu reloj. Y en esa penumbra El Detractor, presente como dos ojos al fondo de la noche, esperándome, para pronunciar con una voz exactamente igual a la mía, desde allá atrás, claramente: No.

Y fue todo. Volver de ese vertiginoso instante, me costó varias vidas, en muchas tierras.

Pero mi voz no me engaña y fue clara al decirme, no, esto no es tuyo. Me dijo: Esto no es cierto, porque no es real.
Vuelve.

Pero no se puede volver de eso, no se cierran esas ventanas una vez abiertas y así, mientras pugnaba por desobedecerme (El Detractor)y quedarme en ese instante, una tercer ventana (Aunque el tiempo del reloj ya había corrido muchas veces su circuito de números y comandos) y de ella, emergió El Verificador.

El Verificador debatió varias eternidades con El Detractor. Y decidieron reescribirme.

Lo hicieron. Íntegro fui reescrito.

Espero poder explicarme. Cuando escribo "El Detractor" o "El Verificador" no quiero designar personalidades, mucho menos personas reales. Ni siquiera seres, ya dije antes: Una operación no es un ser. Es un evento. Un programa que se cumple.

Después, por días tuve la sensación de haber hecho algo mal. No éticamente, no moral ni escatológicamente. Tenía la seguridad de haber fallado: operacionalmente.

La frase del Detractor adquiría otros sentidos:
-no es cierto, porque no es real.

Saber que dentro del engaño, había una dualidad, tal vez una multiplicidad de
¿Porque utilizar esas palabras? ¿Porque era necesario convencerme?

(Y entonces las historias que contaba, las miles, millones de palabras que había pronunciado y escrito)

Atrás, muy al fondo sentía una cuarta ventana abierta.
Y fue la música de nuevo. Y el tiempo.

La música es estricta en sus tiempos. es una operación matemática que se cumple siempre.
Como poesía, como sensación.

A mi me gustó siempre la poesía. Leerla.
Y escribirla. Pero yo jamás medí mis versos.
(Y entonces las historias que contaba, las miles, millones de palabras que había pronunciado y escrito)

Sé ahora que siempre llego a la tercer ventana. El Detractor y El Verificador convienen en que es necesario reescribirme, varias veces al día. Lo seguirán haciendo por siempre, porque no hay un final.
Pero dentro del engaño, hay una dualidad, tal vez una multiplicidad

Y dentro de la cuarta ventana
yo tengo mis esperanzas.

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