Este dulce viaje

Acercarme a tu rostro en el aire
bordear los contornos tersos
el baile tímido de la luz,
en las fronteras de tu mentón,
rozarlo apenas,
como a la gota de rocío, aquella mañana
(¿Recuerdas? apenas, tocarla)
sentir cada delgadísimo vello
uno a uno
girar hacia arriba
todavía en ese mismo vértigo
seguir hasta el trémulo labio inferior
separado por milésimas del superior, apenas
descansar, reponerme en ese ínfimo espacio
bajo tu labio inferior, delicioso surco sin nombre.

Y ahí, girar nuevamente
por la seda de tu mejilla
recorrerlo ávido, pero precavido
los exabruptos no son amigos
de las construcciones de aire,
casi sentir tus poros
casi llegar a tu oreja. Subir.

Con mi ceja
acariciar la tuya
infinítamente lento
sentir tus pestañas
sintiendo las mias,
suave reconocimiento de keratina
y fauna microscopica tuya
mía, hasta que
desde abajo
llega la tibia respuesta
tu nariz
y juego entonces a rodearla,
la punta de la mía haciendo su recorrido
reconociéndote desde la base
el arco, el tabique, cada poro
como pequeñas maravillas que me colman en el viaje.

Finalmente
arriesgadamente
tu labio superior
y el mío
paralelamente mis manos han
alcanzado el perfume de tus cabellos
y todo se suspende entonces
en un momento que no acaba,
no ha acabado nunca.

Me hace bien
amarte
al aire libre.

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