Día de muerto.

Me apoyo en una tumba y entiendo que esto que hacemos ahora, es precisamente un diálogo con la sombra, y aunque no haya respuesta aparente, eso hacemos, convocamos, en el recuerdo y ante tantos restos de ausentes, alguna forma,algún efecto debe producirse de este tanteo, esta caricia a la muerte, en otro plano, ajeno, hay respuesta.
Estoy en Barranca del Oro, y la tumba es de una mujer que ni mi padre conoció, pero que llama madre y yo he decidido acompañarlo,otra vez.
En algún lugar mencioné ya mi negativa a fotografiar lugares que visito, costumbre que ya tendría que empezar a desechar, pues hay senderos como éste donde las palabras les quedan mal. Tan arraigados en la tierra, tan atrás y abajo, tan antes del lenguaje. Hace falta pericia para traer ante los demás la imagen que influye significados.
El cementerio se mantiene entre cerros, lejos del pueblo, la vista es espléndida y por primera vez creo, pienso en el lugar donde me gustaría dejaran mi carcasa. Este panteón parece mausoleo de viento, reino de musgo, magnífica construcción de polvo, árboles, luz y telarañas. Aquí me gustaría quedarme muerto.
Acompañado de sombras, en el discreto mundo de hierba y aire, entre gente pequeña, enjuta y amable, que sostienen veladoras y rosarios para buscar respuestas, acaso de alguien más lejano y extraño que sus muertos. He estado aquí antes, pero nunca había estado tan cerca. Todo me habla en un idioma más claro, mas cierto y más vivo.

Mi padre retira huevecillos de araña de la cabecera de la tumba de su madre. Con las manos desnudas arranca los globos blanquecinos adheridos al azulejo.

Ella murió unos meses después de que él naciera. Mi padre distribuye las flores sobre la lápida. Mi tío Rodolfo, temblando un poco menos de lo que su Parkinson le permite, quita las ultimas hojas secas a los pies de la tumba y con dificultad se sienta a observarla, otra vez limpia, como la dejaron el año pasado.

El camino para llegar desde Guadalajara a éste pueblito en Nayarit es sinuoso y descuidado. Hay que subir cerros y pasar poblados hundidos en neblina. No hay mucho que hacer, pero el cementerio con vista a la Sierra Madre, estará esperándome cada año, hasta que no haya vuelta, hasta que no valga la pena hacer más viajes.

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