El círculo
Te van a decir muchas cosas. Van a buscar las maneras más y menos convencionales, de lograr que tu silencio sea lo primero que hable de ti.
Te van a quitar la voz, dejándote hablar.
Confían en el miedo, en el tuyo y en el de ellos. Están absolutamente seguros de ese comercio oscuro, que se da entre el mundo, la seguridad y el tedio. Y esperarán.
No mucho y nunca infructuosamente. Su aparato es casi infalible y siempre produce algo. Por lo menos, más miedo.
No pasa demasiado tiempo en éste mundo sin que algo estalle, parecemos destinados a perpetuarnos en destrucciones. Lo sabemos y lo esperamos, casi lo buscamos. Levantarse y enterarse de una nueva atrocidad se ha vuelto una constante, tanto, que las abominaciones tienen rostros familiares. El desayuno siempre está salpicado de sangre, de verguenza y lástima efímera, luego ya, la vida. Seguimos, porque en realidad detenerse carece aún más de significado. Seguimos y el trayecto a la oficina tiene aún más dosis de esa información inopinada. Para cuando estamos listos para comenzar labores, ya estamos abotagados, exhaustos de ese consumo inconsciente. Nos han dado la cantidad justa de miedo y asco y verguenza, nos han hecho sentir revolucionarios, justicieros. Hemos opinado duramente, hemos compartido la rabia. nos hemos pronunciado.
Y no hemos hecho nada, y eso es precisamente, lo que se espera de nosotros.
Consumidores abotagados de información, con la sensación de haber hecho mucho, cuando no se ha hecho nada más que un recuento de costras, una medición de cicatrices. Tenemos una ilusión mal desarrollada, con la que hemos aprendido a sentirnos responsables, desde la inutilidad.
En ésta tentación por pretender responsabilidad, hemos tomado caminos fáciles, comunes. Se defienden encarnizadamente los derechos de los animales, cuando los derechos humanos, básicos, elementales, siguen siendo inexistentes en muchas partes. Se comparten ligas de información, se visten camisetas, se escriben largos, estúpidos ensayos.
De una manera inconsciente, ellos, los que iniciaron estos fuegos fáciles de artificio, ésta torpe cadena de oración a ningún dios, ignoraban la facilidad con la que la continuaríamos, la docilidad con la que adaptaríamos nuestra vida a sus exigencias, cuán ferozmente haríamos nuestra, la necesidad de enriquecerla, diversificarla, adornarla y hacerla parecer, tantas cosas. Ya no hay necesidad de limpiarla, pulirla, verificarla, la información se come, así como viene, y así la servimos al siguiente comensal.
Te van a decir muchas cosas.
Tú vas a decir muchas cosas.
Tu saliva se consagrará al círculo.
Te van a quitar la voz, dejándote hablar.
Confían en el miedo, en el tuyo y en el de ellos. Están absolutamente seguros de ese comercio oscuro, que se da entre el mundo, la seguridad y el tedio. Y esperarán.
No mucho y nunca infructuosamente. Su aparato es casi infalible y siempre produce algo. Por lo menos, más miedo.
No pasa demasiado tiempo en éste mundo sin que algo estalle, parecemos destinados a perpetuarnos en destrucciones. Lo sabemos y lo esperamos, casi lo buscamos. Levantarse y enterarse de una nueva atrocidad se ha vuelto una constante, tanto, que las abominaciones tienen rostros familiares. El desayuno siempre está salpicado de sangre, de verguenza y lástima efímera, luego ya, la vida. Seguimos, porque en realidad detenerse carece aún más de significado. Seguimos y el trayecto a la oficina tiene aún más dosis de esa información inopinada. Para cuando estamos listos para comenzar labores, ya estamos abotagados, exhaustos de ese consumo inconsciente. Nos han dado la cantidad justa de miedo y asco y verguenza, nos han hecho sentir revolucionarios, justicieros. Hemos opinado duramente, hemos compartido la rabia. nos hemos pronunciado.
Y no hemos hecho nada, y eso es precisamente, lo que se espera de nosotros.
Consumidores abotagados de información, con la sensación de haber hecho mucho, cuando no se ha hecho nada más que un recuento de costras, una medición de cicatrices. Tenemos una ilusión mal desarrollada, con la que hemos aprendido a sentirnos responsables, desde la inutilidad.
En ésta tentación por pretender responsabilidad, hemos tomado caminos fáciles, comunes. Se defienden encarnizadamente los derechos de los animales, cuando los derechos humanos, básicos, elementales, siguen siendo inexistentes en muchas partes. Se comparten ligas de información, se visten camisetas, se escriben largos, estúpidos ensayos.
De una manera inconsciente, ellos, los que iniciaron estos fuegos fáciles de artificio, ésta torpe cadena de oración a ningún dios, ignoraban la facilidad con la que la continuaríamos, la docilidad con la que adaptaríamos nuestra vida a sus exigencias, cuán ferozmente haríamos nuestra, la necesidad de enriquecerla, diversificarla, adornarla y hacerla parecer, tantas cosas. Ya no hay necesidad de limpiarla, pulirla, verificarla, la información se come, así como viene, y así la servimos al siguiente comensal.
Te van a decir muchas cosas.
Tú vas a decir muchas cosas.
Tu saliva se consagrará al círculo.
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