Méritos

Ambición de comunicar. Aún primitivamente, inarticuladamente: Hablar.

La mejor historia se contó siempre a solas. Siempre. No quedan dudas cuando las preguntas las emite el tiempo, al volver, entre los desiertos que quedan donde se estancan las sombras, sentarse en las cenizas. Todo fue un árbol alguna vez.
No comenzamos de nada, aún sin saber, sin pretender, ya éramos algo. Y en esa confusión, esa tendencia a resolvernos, a encontrar un nombre que nos definiera, nos encontramos. Era tarde para algunos estándares, pero nuestra historia siempre fue temprana, precoz, precipitada. ¿Como describirte?

No pude. No podré.
Era un hervir inenarrable. Un lugar no era suficiente para establecerme. Yo era todo y me extendía y te entendía como una extensión mía. Pero tu ya eras otra, a cada segundo eras otra y en la espuma de mi inocencia me enamoraba. Si acaso, en esta explosión que era constantemente yo, hubiera dudado, por un momento; pero dudar, era lujo de cobardes, o así lo podía entender entonces, cuando las manos se alimentaban de vida, cuando los ojos hablaban lenguajes mas eficientes que el de éstas palabras, que se abaten al emular algún sentido. Entonces, nada era más o menos. Era tangible. ¿Como no embriagarse en una realidad que todo toca? Perderse en una felicidad que se disfraza de todos los sentimientos, ser en cada rostro. Dulce orgía inocente y libre de dogmas y culpas, todo se extendía desde mi pulso. La vida era un perro faldero, al que despreciaba sistemáticamente. Y volvía, cada vez.Y aún vuelve, pero ya no es juego. Siempre vuelve con algo muerto en el hocico.

Parece que el mundo se encoge y cada vez tengo mejor conciencia de mis huesos. No estoy hecho más de aire ni agua ni fuego. Cada día soy más tierra. Saliste y me dejaste conmigo. Y en este hueco cabe toda la humanidad, aquí en el hueco de mis manos cabe el agua que todos abrevan, ya puedo ver sus ojos abiertos. Abiertos y llenos, rellenos. Ya nada cabe en los agujeros donde tuvimos ojos. Me diste mi mortalidad.

Amanece y anochece y pasa el día por entre esos dos nombres. Olvidar es tarea ordinaria. Te encuentras olvidando mientras pronuncias tus credos, la marcha no se detiene por el suceso sin importancia de que un camino se vuelva nuevamente dos. Se sigue, invariablemente. La historia no registra olvidos, aunque de ellos viva.
Y eso, no parece justo, y es casi tierno que ahora piense esto. Casi tierno que amanezca abrazando mi destierro pensando que despedirse, es un lujo de cobardes.

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