Las fracturas

Esa mañana Tirso se despertó con una tranquila seguridad, se levantó y dejó que la pequeña felicidad de su decisión lo limpiará más eficazmente que el zest y jedáncholders. Finalmente, estaba a salvo.
Nunca más un corazón roto, y había sido tan sencillo que lo enfermaba un poco no haberse dado de frente con la idea antes. Y es que, habiendo tanto cuerpo, carajo.
Dejas finalmente en paz el hoyito martillado relleno de un pulverizdo organo que estaba mucho más allá de la definición de roto. Eso estaba atomizado, eso era talco, una pomada lastímera de la que ya no se podía hacer uno idea que alguna vez latió y se lleno de ínfulas y hasta parecía dibujo de bonito; todo eso pensaba Tirso mientras bajaba las escaleras y reconocía valiente su propensión a ser una gelatina, a temblar y desgajarse ante las más mínima contrariedad, y es que si perdía el Atlas, si salía el episodio repetido, si nuevamente era ensalada, si después de horas en línea,nada, si algo se oponía duro a sus frágiles esperanzas, eso era invariablemente un palo ensañado contra el pobre músculo vapuleado que fué perdiendo el nombre, la forma, la idea, el santo y la seña. Y que decir cuando la fresca jovencita que tocó en turno manosear impune al pobre Tirso, para luego darse el siniestro placer de decirle: No,en realidad me gustas mas como cocinero que como amante, o algo así de ríspido y descortés, entonces bueno, pués ya se sabrá del estado del infortunado corazón del blando Tirso.
Entonces bien, Tirso es una imágen pastoral de la alegría mientras entra a saltitos a la cafetería para darse de narices con la noticia que no hay soya, y que el latte vá con leche de vaca como Dios manda, o a americano y punto. Tirso sale con punto y un insistente punzón clavado en el estómago. El estómago, esta semana Tirso escogió el estómago, que acabá de fracturarse en varias partes tras la ausencia de la soya.
Pero está bien piensa Tirso, ya se le romperán también los pulmones, el páncreas,la vesícula, varios metros de intestino delgado, la tiroides,el hígado y toda la menudencia que se carga, manteniendo en paz finalmente, su pulverizado corazón.

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