Las fracturas
Esa mañana Tirso se despertó con una tranquila seguridad, se levantó y dejó que la pequeña felicidad de su decisión lo limpiará más eficazmente que el zest y jedáncholders. Finalmente, estaba a salvo. Nunca más un corazón roto, y había sido tan sencillo que lo enfermaba un poco no haberse dado de frente con la idea antes. Y es que, habiendo tanto cuerpo, carajo. Dejas finalmente en paz el hoyito martillado relleno de un pulverizdo organo que estaba mucho más allá de la definición de roto. Eso estaba atomizado, eso era talco, una pomada lastímera de la que ya no se podía hacer uno idea que alguna vez latió y se lleno de ínfulas y hasta parecía dibujo de bonito; todo eso pensaba Tirso mientras bajaba las escaleras y reconocía valiente su propensión a ser una gelatina, a temblar y desgajarse ante las más mínima contrariedad, y es que si perdía el Atlas, si salía el episodio repetido, si nuevamente era ensalada, si después de horas en línea,nada, si algo se oponía duro a sus frágiles esper...