Correspondiente

Lo que tenía era esa extrañeza que nace de la repulsión suave. Nada para revolver el estómago pero suficiente para dar los buenos días y ya, caminar hacia la puerta sin esperar contestación. Hay extrañezas que al contrario, provocan curiosidad, ese halo de misterio que seduce igual, despacio, irremediablemente; pero como dije, este no era el caso. Había veces en las que su presencia se sentía en el lugar, sin haber visto nada, se sabía que ahí estaba.
Extraviarle fue, de alguna manera, un alivio, por supuesto no se festejan esas cosas, las convenciones sociales y el hecho de que en realidad, jamás había dañado a nadie ni ha nada, pues proponían una oposición piadosa al hecho de que ya no estuviera más, fuera una celebración.

Sin hacer una exégesis de alguien que para decir la verdad nunca fue mas que una ausencia presente, puedo decir que se extrañarán ocasionalmente las excentricidades en su vestir, la manera en que evitaba hacer ruido y los exóticos alimentos que ingería y nadie envidiaba. A veces los lunes llamaba pretextando una enfermedad tropical y generaba un sentimiento de alivio en la oficina. Ya no estaría más nunca, y el silencio imposible de las diez de la mañana fue el único homenaje que recibió, y quizás el único que hubiera apreciado.

Al final, es solamente alguien más, menos.

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