Panegírico de ciertas palabras.
La sensación vaga, pero inequívoca: debes escribir algo, necesitas comunicar una idea imprescindible. La existencia colectiva no debería continuar sin el dato borroso que se manifiesta por fragmentos; tienes una verdad que se completa paulatinamente y debes difundirla. Pero la vida. Las obligaciones adquiridas. Los nombres y sus manos, sus voces. Lo olvidas, por un tiempo. La imperativa regresa de golpe: debes hablar. Debes abrir más ojos, debes insertar esas palabras en más mentes, alguien debe digerir mejor esto que yo. Alguien más debe hablar con mi voz. Hoy leí un comentario que hice a una publicación de Facebook, hace un par de semanas. En un borrador de mi correo electrónico, ahí estaba prístino y secreto, jamás usado. Aparentemente nunca publiqué ese comentario, y se quedó como el borrador de un correo electrónico. Quizás, hay palabras que son solo para uno mismo.