Campos verdes
Vamos ateniéndonos al fondo del vaso, a la conclusión a medias que nos da la felicidad postrera del alcohol; noche, cemento y luces, se sabe, no somos culpables más que en ese reducto dolido de la mañana. Vamos pues entonces, atengámonos al fondo del vaso. Pasa el ruido, el dolor, la náusea. En verdad pasa todo. Y decir esto es una reivindicación de un miedo, casi dulce, que nos acompaña desde nuestra primera y tierna infancia. Nuestro primer y verdadero amigo. Y ahí vamos todos, dándonos de narices contra nuestros días, girando con nuestros papeles, nuestras pequeñas batallas diarias, vamos entrándole al reloj, a las tarjetas, a la terca rutina que nos engatuza tibiamente con sus promesas quincenales, sus abonos fáciles, sus 15 minutos de descanso, vamos metiéndonos, ya distráidos, ya cansados al latente vientre del decrépito lobo, a la conmiserada vida y su ciudad y sus lentas máquinas. El deplorable estado de deshecho. Y no estámos solos, no estámos acompañados tampoco, pero el hart...