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Showing posts from June, 2009

Este dulce viaje

Acercarme a tu rostro en el aire bordear los contornos tersos el baile tímido de la luz, en las fronteras de tu mentón, rozarlo apenas, como a la gota de rocío, aquella mañana (¿Recuerdas? apenas, tocarla) sentir cada delgadísimo vello uno a uno girar hacia arriba todavía en ese mismo vértigo seguir hasta el trémulo labio inferior separado por milésimas del superior, apenas descansar, reponerme en ese ínfimo espacio bajo tu labio inferior, delicioso surco sin nombre. Y ahí, girar nuevamente por la seda de tu mejilla recorrerlo ávido, pero precavido los exabruptos no son amigos de las construcciones de aire, casi sentir tus poros casi llegar a tu oreja. Subir. Con mi ceja acariciar la tuya infinítamente lento sentir tus pestañas sintiendo las mias, suave reconocimiento de keratina y fauna microscopica tuya mía, hasta que desde abajo llega la tibia respuesta tu nariz y juego entonces a rodearla, la punta de la mía haciendo su recorrido reconociéndote desde la base el arco, el tabique, ca

Departamento de quejas.

Luego viene esto y me recuerda que, francamente, no es nada. Guardarme en esto que se insinuaba de otro modo, en otro ángulo, uno o dos minutos mas tarde quizás, con todo, no alcanza. Viene pues, esta sensación de no estar. No tender, no percibir nada. Cuando sale el sol, éste no sabe si es martes o sábado, todo viene de nuestras triste costumbre de tomar, nombrar, considerar. Hoy amanecí con la geografía incrustada en la traquea.

Primeras palabras

Al alejarme, comienzo a reconocerme extraño volverse aliado del paria, del loco de aquel sin voz que desgarra su garganta en un intento. Al alejarme, sé, que la mejor manera de desdoblar mis silencios, debidamente empacados, es la ausencia total de oidos. ¿Donde están las voces? Alzo la mano al viento es dulce tener tan cerca tanta nada.

Spinoza

La mirada sinuosa que nos trae de regreso a nosotros, nunca aceptamos que el sol saliera allá, lejos, tan afuera, tan imposiblemente amarillo. Y si las caricias negaban en cierto sentido las palabras, entonces no lo entendíamos así, acaso queríamos dejar de ser, es decir, dejar de pensar. Y las tardes cuando finalmente nos decíamos una que otra cosa, sin ninguna consecuencia, era el hartazgo, el asco, el saber adonde nos dirigíamos, el miedo sucio, para que. No escoger un día, dirigirse dulcemente a un panteísmo donde los juicios son hojas, trinos, valles. Y lo pensábamos tanto y dolía no hablar, porque las palabras ansiaban la muerte, el precipicio, y no es que estuviera mal, pero nunca pudimos decidir por otros, nunca, ni por nosotros. Noche tras noche nos revolvíamos desde los vasos, mezclábamos un poco del silencio primordial, de ese que comunicaba la ignorancia inocente, con el otro, el culpable, el cobarde, el que no quiere, el que huye hacia si mismo, enterrándose en el sentido

La daga y la taza

Salir para descubrir los huecos que guardamos dentro, salir y en el aire encontrar los planes delicadamente urdidos hace siglos entre murmullos y sangre salir para ser el papiro donde continúa sin prisas ni coherencia la historia de esta humanidad reptante esperanzada. En el lado de afuera se exponen las indecencias de nuestra simples nociones allá se expresa el sinuoso devenir como promesa, como posibilidad con bordes aserrados con sal y frío. Sin embargo, ¿A que se le teme, cuando uno mismo se convirtió en la estridencia,